el magnetismo de una peligrosa ficción


Una escena de peligroso surrealismo y negacionismo científico se vivió ayer jueves en la Cámara de Diputados de la Nación. En el marco de un panel de debate titulado «¿Qué contienen realmente las vacunas?», organizado por la diputada del PRO Marilú Quiroz, la biotecnóloga tucumana Lorena Diblasi presentó una «prueba» que roza el sainete: un jardinero sin remera que, supuestamente, padecía de «magnetismo» tras recibir la vacuna de AstraZeneca, con objetos metálicos adhiriéndose brevemente a su torso.

Si bien la propia «especialista» reconoció que no sabían si era realmente magnetización, y el fenómeno pudo deberse a factores tan mundanos como la sudoración o la estática, el episodio encapsula la alarmante deriva de los movimientos antivacunas en Argentina, que han encontrado en el Congreso un escenario, y en el clima político actual, una peligrosa complacencia.

Antivacunas en el Congreso: el magnetismo de una peligrosa ficción

El peligro de la banalización científica

El evento, que congregó a una sala llena de activistas y profesionales que cuestionan la eficacia y seguridad de las vacunas (particularmente las de COVID-19), no es un debate académico. Es la exposición pública de pseudociencia disfrazada de «preocupación ciudadana». Sociedades científicas y médicas han desmentido categóricamente la relación entre las vacunas y el magnetismo, una teoría conspirativa global que carece de base bioquímica o física.

La gravedad reside en que estas afirmaciones, que ponen en tela de juicio décadas de avances en salud pública, se realicen en la sede parlamentaria. Al ofrecer un megáfono a estas voces, no solo se las legitima, sino que se socava la confianza en el sistema de salud y en las campañas de vacunación que son la base de la prevención de enfermedades erradicadas o controladas, como el sarampión o la poliomielitis.

Antivacunas en el Congreso: el magnetismo de una peligrosa ficción

La peligrosa flexibilidad del clima político

El contexto político bajo el gobierno de Javier Milei agrava la situación. El actual clima de desregulación total, la exaltación del individualismo por encima del bien común y la constante crítica a las instituciones y al «establishment» (incluido el científico), crea un caldo de cultivo ideal para que las narrativas antivacunas prosperen.

Aunque el gobierno nacional no ha adoptado una postura oficial antivacunas, su filosofía de un Estado mínimo que no interfiere en las decisiones personales puede ser fácilmente instrumentalizada. Cuando una diputada del partido en el que se apoya el oficialismo pide modificar las leyes para eliminar la obligatoriedad de las vacunas del calendario oficial (como propone la diputada Quiroz), se está poniendo en riesgo el bien común.

El silencio que resuena

La científica que toreó a los médicos del Ministerio de Salud reclamando una explicación por el «magnetismo» demostró el método de esta pseudociencia: exigir que la ciencia refute una hipótesis absurda bajo la presión de un escenario político.

El debate no es sobre la libertad de expresión, sino sobre la responsabilidad pública de no propagar información que amenaza la salud de millones. Mientras el «experimento» del jardinero se convierte en una anécdota bizarra, lo que realmente magnetiza la atención es la necesidad urgente de una condena explícita y unívoca por parte de las autoridades políticas y sanitarias. Permitir que el Congreso sea el escenario de estas payasadas pseudocientíficas, especialmente en un contexto de desconfianza institucional, es un acto de negligencia que la sociedad argentina no puede permitirse.