Una reforma que no tapará el fracaso de la élite dominante


Toda la patronal argentina respalda la reforma laboral que prepara el gobierno nacional. Las grandes y las chicas, las industriales y las de servicios, las de capital local y las extranjeras, todas están a favor de un cambio radical en las relaciones entre el capital y el trabajo de una magnitud similar a la que se procesó en los años 30 del siglo pasado, cuando se consolidó la organización de los trabajadores en una CGT unificada, tras décadas de enormes luchas, sangrientas represiones y profunda paciencia.

La patronal cree que de esta manera podrá conseguir dos objetivos. De un lado, compensar por la vía de una «reducción de los costos laborales» la política económica de Milei de dólar barato y apertura de las importaciones. Más a largo plazo, sostienen que este mecanismo ayudará a reconfigurar las relaciones de poder entre la clase patronal y la clase trabajadora.

Parten de la base de que la Argentina es un caso sui generis, distinto a los demás países de América Latina, en los cuales el poder sindical es mucho menor.

Esmerilar la organización de los trabajadores es una tarea que está en la agenda de las patronales desde hace años. Una de las tareas de la última dictadura cívico-militar fue, justamente, destruir esa red. Pero a pesar de su ferocidad, no lo logró.

La ambición de la patronal que opera en la Argentina es vana, no se va a cumplir. Creer que logrará mayor competitividad  por la vía de obligar a los trabajadores a estar en sus puestos más horas es absurdo, más cuando los que compiten contra estos empresarios «nacionales» realizan inversiones que los locales no hacen.

Por otro lado, el expediente de la mayor explotación del asalariado es un preámbulo del gobierno por los métodos de la guerra civil porque hay que imponerlos por la fuerza.

La patronal argentina, y las élites de este país en general, cargan sobre sus espaldas con un enorme problema: tienen que explicar por qué el PIB por habitante pasó de ser la mitad del de Estados Unidos en 1950 a apenas el 17% en 2024. Se tata de números que marcan el fracaso de una clase dominante.