Luz de gas siglo XXI


En el año 1938 el autor inglés Patrick Hamilton estrenó en teatro la obra Luz de gas. Más adelante, el argumento original se trasladó al cine en un par de ocasiones. La más celebrada fue en la que, en 1944, George Cukor dirigió a Ingmar Bergman y Charles Boyer.

El planteo argumental es tan sencillo como perturbador. Un marido, perverso y tramposo tiende sucesivos cazabobos a su esposa para hacerle creer cosas que nunca ocurrieron. La pobre Paula ni en la luz de sus ojos puede creer. Ella vivía en tiempos en que la iluminación doméstica era a gas. A espaldas de su mujer Gregory reduce intencionalmente el flujo de combustible de las lámparas del hogar. En cada ocasión que ella aprecie desmayada la iluminación, él le porfía asegurándole que todo está como siempre. No es la única artimaña a la que la somete, hasta que la pobre empieza a aceptar que sufre alucinaciones.

Luz de gas siglo XXI

Más temprano que tarde, investigadores y científicos tomaron como punto de partida esa propuesta dramática para describir distintas formas de abusos emocionales. En el mundo de la psicología y especialmente en el de la psiquiatría el concepto “luz de gas” alude a la influencia nociva de una persona sobre otra con el objetivo de alterar su capacidad cognitiva y anular su vínculo con la realidad. Esto puede suceder en el living de una casona victoriana, tal como sucede en el clásico film, pero también en la escuela, en una oficina, o en cualquier otro espacio o grupo en el que alguien ejerce el poder con propósitos de manipulación.

Con sus explicaciones sobre determinadas acciones, decisiones y actos, el actual gobierno apela al recurso de afirmar que todo lo vivido hasta ahora fue producto de un vil engaño al que generaciones de ciudadanos fuimos sometidos.

Ese estilo se propone reducir a lo peor más de 70 años de acontecimientos que muchos apreciamos como valiosos y que vivimos como relevantes.

Apoyado en una polémica autocalificación, de un lado queda el mejor gobierno de la historia argentina y del otro, tratados como ignorantes y desestabilizadores todos aquellos que no compartimos sus dogmas políticos, sociales y especialmente económicos extremos. Toda clase de crítica -a las importantes y temibles reformas que se vienen, a los casos de corrupción, a opiniones adversas acerca del establecimiento de relaciones internacionales- merece la despectiva respuesta de “chismes de peluquería”.

Todo mensaje oficial da por sentado que la inflación ya dejó de ser un problema. La percepción ciudadana es muy diferente: los bolsillos chillan doloridos cada vez que compramos en el chino, que llega la factura de un servicio o tenemos que cubrir el descubierto de la prepaga. El relato en auge, proclama que temas como el hambre, la desocupación, los bajos salarios o la sistemática desfinanciación de sectores esenciales (Salud, Educación, Ciencia, Discapacidad, Vialidad, Cultura, Derechos Humanos) no son otra cosa que enfermizas fantasías y/o razonamientos de enconados opositores que lo único que desean es llevarse puesto al gobierno antes de tiempo.

Entonces, la inaceptable voz de orden es que nada de lo que cada vez más sale a la luz, pudo haber sucedido.

¿Qué hay, entonces, para hacer, frente a esta Luz de gas siglo XXI?

Afirmarnos en nuestras convicciones más importantes, apoyarnos en nuestras mejores referencias afectivas, fortalecer nuestra vapuleada autoestima, demostrar entereza para distanciarnos de lo que nos hace daño, confiar más que nunca en nuestras creencias, juntarnos cada vez que resulte necesario porque hoy, más que nunca, es cierto que nadie se salva solo. «